sábado, 31 de mayo de 2025
La Fuga de Alcalá
El motor del Audi negro ronroneó con impaciencia mientras Marcos Rojas esperaba a que el semáforo cambiara frente a la Puerta de Alcalá. Eran las ocho de la mañana y ya tenía el día jodido, no solo por la lluvia, ni la inundación que tenía cortada la M 30. "Otro puto informe, otra puta reunión, otro maldito recorte de presupuesto", masculló mientras golpeaba el volante con la base de la mano. A su izquierda, en el número 518, un grupo de operarios descargaba unas tuberías de tamaño monstruoso. "¿Qué coñazo están montando ahora?"
Al entrar en su oficina —un edificio gris entre Porcelanosa y la gasolinera de Repsol, cerca de los estudios de El Hormiguero— pasó de largo junto a Carmen, la mujer de la limpieza, que fregaba el suelo con movimientos cansados.
—Buenos días, señor Rojas.
—Hmm.
Ni siquiera la miró.
Dentro del plató, el caos era el de siempre. Pablo Motos, con la chaqueta arrugada y el pelo revuelto, gritaba a los técnicos mientras revisaba el guion del día.
—¡Oye, Diego! ¡Si esa válvula revienta, nos va a llevar por delante como a putos bolos!
—Jefe, hemos hecho pruebas— protestó el técnico, sudando bajo sus gafas empañadas—. Aguanta hasta 15 bares.
—¡Pues que aguante 20, coño! ¡Esto es en directo!
Diego tragó saliva. Algo en el sonido de la tubería no le gustaba.
Seis horas después, Marcos salió de su última reunión con el presidente de la empresa, un cabrón con corbata de seda que solo sabía decir "recortes" y "beneficios".
—Joder, necesito una cerveza— respiró hondo al salir al pasillo.
Carmen estaba allí, recogiendo sus cubos.
—¿Otra vez tan tarde, señor Rojas?
—Ya ves. El glamour de las auditorías— soltó con sarcasmo.
Ella sonrió, pero él ya estaba fuera, encendiendo un cigarrillo bajo la farola.
Y entonces, el mundo estalló.
¡BOOOOM!
Un estruendo sacudió la calle. Marcos se giró justo a tiempo para ver cómo un chorro de agua del grosor de un autobús reventaba la fachada lateral del estudio de El Hormiguero. Los cristales saltaron en mil pedazos.
—¡¡JODER!!—
El agua golpeó el edificio de Porcelanosa y una pared junto a la oficina estalló soltando un chorro de agua muy potente. El suelo tembló.
Desde dentro del plató, se oyeron gritos.
—¡SE HA ROTO LA PRINCIPAL! ¡CORRED, COÑO!—
Era la voz de los técnicos del programa. Pablo Motos, gritaba como un poseso, sacad a la gente.
Marcos no lo pensó. Echó a correr hacia su coche, pero el agua ya lamía los neumáticos. Otro estallido, más fuerte, retumbó bajo el asfalto. La tapa de una alcantarilla salió disparada como un misil, girando en el aire antes de estrellarse contra un BMW aparcado.
—¡LA PUTA QUE LO PARIÓ!—
El agua, ahora una ola marrón y rugiente, avanzaba calle abajo. Marcos forcejeó con la puerta del parking, pero un chorro a presión brotaba de una grieta en la pared, cortándole el paso como un muro líquido.
—¡NO, NO, NO, JODER—
Giró en redondo. El agua ya le llegaba a las rodillas. Un coche aparcado flotaba como un corcho, chocando contra una farola.
—¡MARCOS!—
Se volvió. Era Carmen, asomada a la puerta del edificio, gritando con los brazos en alto.
—¡NO SALGA, JODER! ¡SUBA OTRA VEZ!
Pero ya era tarde. Un nuevo estruendo, esta vez desde las entrañas de la calle, abrió una zanja en el asfalto. El torrente lo agarró como un puño gigante.
—¡AAAAAAAGH!—
El agua lo lanzó como un muñeco. Golpeó un contenedor, luego una farola. Por un milagro, logró agarrarse a un semáforo, jadeando.
—¡AYUDA! ¡ALGUIEN!
A lo lejos, vio a Pablo Motos y su equipo arrastrando heridos hacia una ambulancia. Carmen los vió y se acercó a buscarles.
—¡EH, VOSOTROS! ¡AQUÍ!
Pero el agua no daba tregua. Otra oleada, más alta, más bestia, lo arrancó del poste.
Esta vez no pudo luchar.
El impacto contra un coche le hizo ver estrellas. Algo caliente —¿sangre?— le corría por la cara.
—¡AGÁRRATE, COÑO!
Una mano lo sujetó por la chaqueta. Era Diego, el técnico del programa, con el brazo ensangrentado.
—¡NO ME JODAS, NO TE SUELTES!
Entre los dos, lograron llegar a una zona menos inundada, donde otra ambulancia acababa de llegar.
—¿Eres Marcos, el de auditoría, verdad?— preguntó Pablo Motos, jadeante, mientras los sanitarios lo subían a la camilla.
—Sí… ¿Y tú qué coño haces aquí?
—Pues salvarte el culo, gilipollas, agradéceselo a Carmen que nos avisó para que te ayudaramos— respondió Pablo, medio riendo, medio escupiendo agua.
Tres días después, los periódicos lo llamaban "El Milagro de Alcalá", 12 heridos, ninguno grave. Marcos, con la pierna escayolada y cinco puntos en la frente, entró en la oficina apoyado en un bastón. Carmen estaba limpiando el vestíbulo.
Esta vez, se detuvo frente a ella.
—Oye, Carmen… lo del otro día… gracias.
Ella lo miró, sorprendida.
—No fue nada, señor.
—Marcos. Llámame Marcos.
El presidente, que pasaba por allí, arqueó una ceja.
—¿Esta es la mujer que te salvó?
—Sí. Y a partir de hoy, deja de ser externa. La contrata como coordinadora de personal externo de limpieza.
Carmen abrió la boca, pero no salió nada. Solo lágrimas.
Esa noche, al pasar en coche frente a la Puerta de Alcalá, esta vez en un taxi, Marcos bajó la ventanilla. El aire olía a tierra mojada y metal.
—Joder— susurró, tocando la cicatriz de su frente.
Y por primera vez en años, se rió de verdad.
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